top of page

¿Sufres con tu disciplina y dedicación?


Solemos creer que la disciplina es algo rígido y autoimpuesto, que se establece desde un inicio, como una exigencia fuerte, inflexible y estricta que debe cumplirse con sangre.


Tal vez la asociamos a la obligación del colegio y las clases sucesivas de las jornadas académicas, donde la obligación y la exigencia de los profesores se imponía por sobre nuestras voluntades o capacidades de comprensión, porque nadie se tomaba el tiempo de explicar nada o de razonar con niños. Es más fácil imponer, regañar y castigar, que educar realmente.



Es muy probable que cuando pensamos en construir un hábito, aprender algo nuevo o como en nuestro caso, dedicar cierto tiempo regularmente a la práctica artística para desarrollar las capacidades que anhelamos, acudamos inconscientemente a ese maltrato del colegio y nos autoimponemos horarios estrictos y tiempos de práctica diarios cronometrados, con tal rigor y exigencia que nos resulta casi imposible cumplirlos, y de alguna manera inconsciente hacemos esto para poder maltratarnos a nosotros mismos por no cumplirlos, por fallar, por no estar a la altura del compromiso que, de hecho, nadie nos impuso, porque esa vivencia dolorosa nos resulta familiar y nos remite a las críticas y regaños de padres y profesores de antaño.


En realidad, es imposible construir ese hábito de una forma tan rígida, y forzarlo solo hace que terminemos abandonando. Un arco que se templa demasiado termina rompiéndose.


Los hábitos de estudio y de prácticas deberían ser flexibles y adaptarse a nuestras dinámicas de funcionamiento, aceptando que no siempre tenemos la misma disposición, la misma energía, el mismo estado anímico y, además, todos tenemos vidas en las que surgen tareas y actividades que modifican los planes. No tiene sentido maltratarnos innecesariamente, y es conveniente darnos la oportunidad de ir encontrando esos espacios poco a poco, en función de nuestros ritmos y capacidades, sin forzarlo, para que no nos cueste en exceso y terminemos abandonando por nuestro propio autosabotaje.

Recuerda la historia de la liebre y la tortuga. Es mejor despacio, de a pocos, pero constante, que excederte en esfuerzo para agotarte antes de llegar a la primera de muchas metas.


En la medida en que vayas alcanzando pequeños logros, y que vayas adquiriendo habilidades (que quisiera llamar “condición física”, porque al final tanto el entrenamiento mental y neuronal, como el acondicionamiento muscular y articular para desarrollar la sutileza, la fluidez, el control y demás, al igual que las emociones y los sentimientos, son todas condiciones físicas y corporales), en esa medida irás adquiriendo la capacidad de dedicar un poco más de tiempo y de esfuerzo.


Irás encontrando las formas de organizar tus tiempos poco a poco para encontrar los espacios de práctica que requieres y podrás ir armonizando tu vida para integrar estas nuevas actividades.


Y aun cuando tengas ya un alto nivel, y estés trabajando de forma constante e intensiva y que tal vez estés vendiendo tus obras y vivas de tu arte, aún entonces seguirán surgiendo circunstancias e imprevistos que requieren de tu tiempo y dedicación, y no siempre se puede mantener esa disciplina y constancia de la misma manera.


Mi consejo, un tanto shaolín:


Sé como el bambú, flexible y que se dobla con el viento, en lugar de ser roble rígido que se rompe por la tormenta.



La disciplina no es un horario estricto y una imposición: es un compromiso contigo mismo, con tu crecimiento integral como persona y una meta a la que sigues acercándote con cada paso, sin importar como avances. Lo que cuenta es que no abandones.

99 visualizaciones5 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page