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LA ERA DE LA FRUSTRACIÓN (2a Parte)

Actualizado: 8 mar 2022

En su libro “El origen de las especies” (1859) Charles Darwin dice que “Todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común mediante un proceso denominado selección natural.” Wikipedia). El famoso naturalista plantea básicamente que la evolución es un proceso de adaptación de los organismos a las condiciones ambientales, siempre cambiantes, en nuestro planeta.



Según esto, todos los seres vivos en la biosfera terrestre han venido evolucionando y transformándose a lo largo del tiempo para adaptarse a sus condiciones de vida siempre cambiantes, estableciendo así lo que conocemos como “selección natural”: quien logra adaptarse y evolucionar sobrevive, quien no lo logra se extingue.


Esto resulta extremadamente interesante si vuelve a analizarse en nuestro contexto actual y en relación con nuestra propia especie en la actualidad: Por un lado y a pesar de los aprendizajes recibidos de Darwin, nuestras sociedades siguen generando tanta resistencia como les es posible a cualquier forma de cambio en sus hábitos, rutinas, costumbres, tradiciones y demás, satanizando de manera violenta todo cuestionamiento y todo intento de cambio, de adaptación de innovación o de evolución.


Al igual que durante el siglo 19 muchos sectores del mundo científico y especialmente el mundo religioso se resistieron fuertemente a las teorías de Darwin, porque éstas entraban en contradicción con la doctrina religiosa de la creación de Adán y Eva y la construcción de un mundo inmutable en siete días, hoy todavía la gran mayoría de personas siguen generando tanta resistencia como les es posible a la simple idea del cambio, la evolución y la adaptación, a pesar de que está más que demostrado que es absolutamente indispensable que nuestra especie empiece a cambiar su relación con el medio ambiente si no queremos aniquilar el planeta en un futuro cercano.


A nivel global, la mayoría de grupos sociales se han centrado en la preservación de tradiciones, costumbres y normas de conducta comunes y heredadas que constituyen lo que solemos bautizar como “cultura”, y sobre ella se estructuran los hábitos, creencias y comportamientos comunes, que derivan en constituciones, legislaciones, códigos de conductas y demás lineamientos que rigen nuestras comunidades.


Cuando uno tiene la suerte de viajar un poco por el mundo, encuentra regiones y grupos sociales que se definen como conjunto social desde sus tradiciones y costumbres, y se aferran a ellas fuertemente argumentando que de ello depende su “identidad”. Esto llega a ser tan fuerte en algunos casos, que la llegada de un foráneo puede ser percibida casi como una amenaza potencial al colectivo en cuestión y pueden tornarse hostiles con el recién llegado, o lo aceptan como turista, pero jamás como miembro permanente, a menos que el individuo esté dispuesto a imitar y adoptar todas y cada una de las costumbres de dicha comunidad. Esto puede sonar fácilmente al argumento de alguna ficción, pero sin embargo lo vemos en las noticias de todos los días cuando se habla de ciertas regiones de medio oriente, de migraciones de gente por contextos políticos extremos, de muros construidos a lo largo de fronteras para impedir la “contaminación” tercermundista, y todos los casos de xenofobia, clasismo, segregación social e incluso matoneo escolar.



CULTURA DARWINIANA

Por mucho tiempo y tal vez ya demasiado, hemos vivido desde una serie de “dogmas” que están sustentados en las tradiciones y las conveniencias políticas y religiosas que nos han regido por siglos. Desde niños nos han sido impuestas estas reglas y “verdades” simplemente porque “Así son las cosas”, y todos las hemos aceptado de esa forma sin cuestionar. De hecho, casi a nadie se le ocurre la posibilidad de cuestionarlas, y las pocas veces que sucede la respuesta suele ser un “porque sí”, “porque así es”, y otras variantes similares, que llevan a la inevitable aceptación a regañadientes y a la asimilación de dichos dogmas como parte de una realidad supuestamente inmutable.


Somos una especie de naturaleza cómoda y queremos mantener las cosas como nos resulten ventajosas para nuestra propia conveniencia. Por eso preferimos que los hábitos no se cuestionen: que las cosas se hagan siempre de la misma manera, de la manera como el abuelo aprendió a hacerlas y como le enseñó al padre, quien a su vez enseña de la misma manera al hijo que lo heredará de forma idéntica, ignorando siempre lo más posible cualquier variación del entorno, de las necesidades de las personas, de cualquier cambio que pudiera surgir, porque por un lado obligaría a reevaluar el “valor” del conocimiento original, y por el otro exige un esfuerzo adicional para reaprender, actualizar, replantear, estar dispuestos a cambiar, y todo eso es demasiado trabajo. Así calificamos nuestros conocimientos ya establecidos como “tradiciones” y los legitimamos desde supuestos Mandatos Divinos o Constituciones Oficiales, Costumbres Culturales y Saberes Ancestrales, Manuales de Funciones, etc.


La idea de que las cosas deben permanecer siempre iguales, (para la conveniencia y comodidad de algunos) está tan fuertemente arraigada en nuestra idea de identidad personal, familiar, comunitaria y social, que cualquier “diferencia” u “originalidad” debe ser castigada y reprimida antes de que se reproduzca y pueda destruir nuestra frágil realidad. Entonces hay que hacerle matoneo al diferente, sólo porque es diferente: Porque nos atemoriza que su aporte relativice el valor y el peso de mi autoridad, puesto que en el fondo todos le temen inmensamente a cualquier esfuerzo que puede resultar en fracaso, y ese fracaso podría exponer nuestras vulnerabilidades e imperfecciones, alimentando nuestra frágil autoestima.


A todos desde niños nos han inculcado que la cultura es un conjunto de saberes académicos cuyos fundamentos que se aprenden en el colegio, y que se basan casi todos en la memorización de informaciones específicas sobre historia, geografía, ortografía y gramática, en recordar teorías, reglas y conceptos de la filosofía, las ciencias y la matemática, y saber cuándo esgrimir dicha información en los momentos oportunos, para recibir la validación social prevista por nuestros educadores. Pero “Cultura” no es solamente lo que dicen los libros y enciclopedias con respecto a la historia de Europa, Asia o Norteamérica, no es conocer los ríos, montañas, golfos y hondonadas, o haber leído los clásicos de la literatura universal y poder recitar de memoria poesía y prosa, fechas de batallas memorables o apartes del código civil: Cultura es el conjunto de costumbres y hábitos comunes a un grupo social determinado, es todo aquello que une a las personas en un asentamiento o una región, las experiencias vividas y compartidas al enfrentar las condiciones de vida que afectan al colectivo y las interacciones sociales que unen y vinculan a dichas personas a lo largo del tiempo.


Todo eso es una parte de la cultura, sí. La que le conviene a los educadores clásicos y colegios de tradición, porque los justifica y les garantiza su sostenimiento. La que validan papás y abuelos, porque es como a ellos los educaron, y maltrataron, es lo que asimilaron con mucho esfuerzo y trabajo, así que así debe ser y seguir siendo, para mantener la autoridad de los mayores. Pero a pesar de ellos esa cultura no lo es todo ni es lo único que “cultura significa”. La cultura de verdad es algo vivo que evoluciona permanentemente y que se enriquece a diario con los aportes de todos los miembros de dichas comunidades, ganando en riqueza y en diversidad hasta convertirse en conocimiento significativo para la supervivencia y para la cohesión social. No es algo rígido e inamovible que sólo sirve para validar el autoestima de unos pocos, sino que es una construcción en permanente evolución, así como la teoría de Darwin, que acepta todos los aportes nuevos y constantes de las nuevas generaciones y de las nuevas tecnologías para abrazar el cambio y el crecimiento constante. La cultura es la cotidianeidad, las dinámicas sociales que se entretejen en las calles, la transformación del lenguaje desde el fondo de los barrios, los bailes de moda, la música que nace en las calles y los juegos de pelota en los parques. Cultura es también el grafiti y la jerga y todas las contribuciones que cada pequeño grupo social aporta cada día, para la construcción de una sociedad viva y cambiante que se enriquece por la diversidad.


En la intimidad del ámbito familiar, donde los padres esperan y exigen comportamientos a sus hijos acordes con sus tradiciones y costumbres personales, heredadas en su mayoría de sus propios progenitores, y donde lo correcto, es solamente aquello que se alinea en harmonía con el pensar y actuar de los adultos y los mayores, es el primer lugar donde todo intento de “independencia” o de “experimentación” por parte de las nuevas generaciones es sistemáticamente juzgado y menospreciado o fuertemente reprimido. En la mayoría de familias alrededor del mundo el lugar del joven y del hijo es únicamente el lugar de la obediencia y el respeto a las comodidades de los mayores. En estos ámbitos familiares “tradicionales”, el exponerse a algún cambio, a alguna forma de evolución, implica esfuerzos aparentemente gigantescos y desconocidos que, como todo lo desconocido, conlleva riesgos enormes que ponen en tela de juicio la frágil madurez, autoridad, sabiduría supuesta de los adultos que se acostumbraron por años a ser los únicos en tomar decisiones sobre la vida de los hijos, a validarse como figuras de autoridad frente a ellos, a tener la razón y no ser cuestionados por nadie.


¿Qué tiene que ver todo eso con el tema de la frustración?

Es relativamente simple:

La frustración es el sentimiento que surge ante la aparente imposibilidad de conseguir un resultado esperado.


La mayoría de las veces, ese resultado esperado se establece desde parámetros sociales,

Ese contexto social casi siempre se rige desde lineamientos culturales preestablecidos, y a partir de estándares tradicionales determinados.


Esto implica que, para alcanzar un resultado válido frente a cualquier esfuerzo, el resultado no necesita ser satisfactorio para el autor, sino para el medio social que lo juzga y valida o condena, y debe satisfacer sus parámetros culturales y “tradicionales”, en lugar de los propios, que tienen sentido para el autor desde su vivencia, crecimiento o evolución personal:



Opción A:

Si el resultado es satisfactorio para el “contexto social”, (profesor, padre, jefe, etc.), es aceptado y validado por dicho contexto, como debe ser según lo dicta la tradición y la sociedad, y sin que importe el sentimiento, el aprendizaje, o el criterio de quien realizó la tarea.


Entonces el autor tiene la opción de conformarse con la validación social o contextual, haciendo caso omiso de su criterio personal y reprimiendo su propio ser y sentir, con el fin de “pertenecer” y ser aceptado e incluido. Como hemos crecido bajo la doctrina de que no se puede tenerlo todo, que la felicidad no existe en realidad y que hay que aprender a conformarse y a resignarse en la vida para poder construir una vida de adulto, entonces reprimimos nuestro intento de satisfacción personal y de vivencia significativa par nosotros mismos, y aceptamos el criterio “social” como validación suficiente, nos acostumbramos a ofrecer resultados acordes con lo esperado, aunque no tengan relación con nuestro criterio, y aprendemos a abandonar la idea absurda de tener criterio alguno porque sólo genera problemas, e imperceptiblemente vamos desarrollando con el tiempo un sentimiento de frustración generalizado con respecto a nuestra vida, una especie de “sin sentido”, sutil pero creciente, que se apodera poco a poco de ti y te deprime de a pocos.


Tratamos de acallarlo los viernes en la noche o los fines de semana buscando espacios de esparcimiento sin ninguna exigencia, en los que podemos olvidar la adultez y la responsabilidad, nos perdemos en la emoción de un partido de futbol, nos escapamos en alcohol, opiáceos o videojuegos y redes sociales para pasar el tiempo, evitando mirarnos al espejo durante el tiempo suficiente como para poder recibir una pensión…

(dramatismo teatral)


Opción B:

El mismo autor busca su satisfacción personal: aquella que le hace sentir bien internamente en relación con el esfuerzo y el resultado, según su propio criterio, pero la mayoría de las veces ese resultado no corresponderá a lo “esperado” por el “contexto social”, ya que cultural y tradicionalmente, lo normal es que las personas no se busquen a sí mismas, sino que respondan como se espera de ellos, por lo tanto, el resultado es calificado por el contexto como fallido y el autor termina perplejo y desconcertado, aprendiendo así que la vida se trata de seguir las tradiciones preestablecidas sin importar su criterio personal, y volvemos al desarrollo de la opción A…


Opción C:

El autor es un obstinado obsesivo que continúa buscando resultados acordes con su criterio personal, convencido psicóticamente de que su sensibilidad y su criterio personal deben tener algún tipo de valor de alguna forma, e insiste tercamente en buscarse a sí mismo, convirtiéndose en el niño diferente, el segregado, el marginal, el raro, el emo, el inadaptado, y finalmente surge como un gran artista o un gran intelectual que podría llegar a recibir un premio Nóbel a la terquedad o cualquier otro tipo de reconocimiento significativo al trabajo de una vida, tal vez reciba alguna condecoración extraña por su aporte a la cultura o algo así, pero permanezca toda su vida siendo alabado y reconocido por algunos y fuertemente menospreciado y criticado por muchos otros, porque el “artista” siempre será diferente y objeto de controversia, ya que no promueve la comodidad social pero hace avanzar al mundo de alguna forma, y pasa toda su vida aprendiendo a lidiar de diferentes maneras con las infinitas frustraciones que hacen parte de un camino de vida realmente significativo.




Entonces: ¿Qué hago si Siento frustración, y a pesar de mis esfuerzos no consigo lo que quiero?

Desde nuestro nacimiento, hemos vivido y crecido todos gracias a la frustración. Ella nos ha enfrentado siempre a nuestras limitaciones y a las comodidades que obstaculizaban nuestro desarrollo, obligándonos a crecer, a aprender, a evolucionar y adaptarnos a las condiciones cambiantes de nuestro entorno.


FRUSTRACIÓN, ADOLESCENCIA Y JUVENTUD


En el proyecto de libro que algún día tal vez escribiré, titulado: Manual Para Padres Tóxicos,

Planeo dedicar algunos capítulos a gozar criticando fuertemente a esos Nuevos Padres Contemporáneos que educan desde el miedo a equivocarse y a repetir los errores de sus propios padres, y terminan ofreciendo posturas incoherentes y contradictorias: tienden a validar en exceso los caprichos de sus hijos y a sobreprotegerlos de todo, interviniendo frente a cualquier interacción que pueda tener su hijo o hija con el mundo exterior, especialmente cuando dicha interacción pudiera suscitar una lágrima de frustración en su crio:


Podrían llegar a ser presidentes de la asamblea de padres de familia, profesores de tres y cuatro asignaturas en el colegio de sus hijos y complotar para postularse como directores de la institución y psicólogos improvisados con tal de proteger a su retoño de cualquier confrontación o exigencia, en su criterio siempre injusta hacia el fruto de sus entrañas, como si pudieran controlar al planeta entero durante toda la vida de su descendencia y decidir cada paso de sus vidas para que esa criatura jamás conozca el sufrimiento: Si pudieran, ofrecerían sus propios cuerpos como escudo para filtrar los rayos ultravioleta que se filtran por el agujero en la capa de ozono, con tal que el hijito o la hijita no se broncee más de lo conveniente.


Las personas que crecen en contextos familiares o sociales donde se les minimiza la frustración, brindándoles satisfacción a cualquier capricho y facilitándoles de manera excesiva su tránsito durante la infancia y adolescencia, suelen convertirse en adultos sociopáticos que no tienen el menor respeto real por los demás, que no reparan en pasar sobre quien sea para conseguir sus propósitos personales, no encuentran sentido en los límites establecidos por la sociedad, como leyes y normas, o se convencen que eso es para los demás y no para ellos, ya que nunca las tuvieron en su hogar.


La frustración no es nada agradable; es muy difícil ver sufrir a un hijo que siente frustración, sin que podamos, o debamos hacer algo para solucionárselo, Pero es absolutamente indispensable que los hijos e hijas aprendan a convivir con ella y que aprendan a esforzarse para superar dicho sentimiento por sus propios méritos (lo que no significa abandonarlos, pero tampoco darles la solución que para nosotros es obvia), pero es sumamente importante comprender que la frustración es mucho más que una forma de sufrimiento: es un mecanismo de aprendizaje y de adaptación, que enfrenta al sujeto con un problema que ya no puede resolver de la manera habitual que ya conoce, y lo enfrenta con la necesidad de buscar otras estrategias, de asumir riesgos controlados para buscar soluciones e ir descartando progresivamente aquellos caminos que no condujeron a un logro, para poder resolver su problema.


Este proceso, doloroso, difícil, frustrante y decepcionante, que nos lleva al límite de nuestra paciencia con nosotros mismos y que suele despertar rabietas, pataletas, comportamientos complejos y hasta agresivos, como estrategias para llamar la atención y buscar que alguien más resuelva el problema, es en realidad un mecanismo valiosísimo de construcción de sinapsis neuronales que fortalecen el tejido cerebral aumentando la inteligencia del sujeto, en la medida en que busca caminos y encuentra alternativas para resolver su dilema. Es el proceso mediante el cual nuestra naturaleza animal evoluciona adaptándose a las circunstancias del entorno (problema) para permitirnos crecer, fortalecernos, desarrollar nuestras capacidades mentales y físicas, e ir aprendiendo mediante la experiencia sobre nuestras capacidades y nuestro potencial, para poder construir nuestra autoestima poco a poco.


Aquí el rol de los padres debería ser el de acompañar al hijo en su aprendizaje, ayudándole a descubrir alternativas, motivándole a pensar con calma, animándolo a seguir intentándolo porque tenemos fé en él y en su inteligencia, en su capacidad y en su gran talento (aún por explotarse) Tal vez diciéndole que entendemos lo que siente, validando su sentimiento de frustración, su impotencia y su dolor


La adolescencia y la pre- adultez, si es que realmente existen estos supuestos períodos en el crecimiento de una persona, son inmensamente difíciles y frustrantes.


Primero, porque son altamente subvalorados y menos preciados por los “adultos” que, como ya no tienen que vivirlo y lo sobrevivieron hace rato, ni siquiera se toman la molestia de tratar de recordar lo que vivieron y sintieron, ya que de alguna manera esa realidad vivida los hace sentir menos perfectos de lo que se creen que son, y siempre responden que eso son sólo niñadas y estupideces emocionales, que los jóvenes solo saben exagerar porque no tienen idea lo que es la vida de verdad y que sus problemas son sólo resultado de su inmadurez.


Puede que mucho de eso sea cierto, pero yo recuerdo lo frustrante que era ser adolescente y no poder hacer nada para ganar la experiencia y la madurez que entendía que me hacían falta, que seguir viviendo mi propio “infierno” tratando de crecer para algún día poder superarlo, pero sintiendo la inmensa impotencia de no poder resolver mi día a día si esa supuesta madurez, sintiéndome totalmente sólo y abandonado frente a mi realidad.


Ser adolescente es simplemente una tragedia. Por más que todo el universo adulto insista en que esto es una exageración, ¡vivirlo es una mi%&$*][&!!


Cuando éramos niños, la vida era más sencilla y yo no tenía que preguntarme quien era o como era yo, porque me bastaba con soñar que sería el hombre araña, o que cuando grande sería bombero, o algo así, y mientras atendía clase de matemática en el colegio tratando de que el profesor no notar que estaba soñando despierto mientras era hora del descanso para ir a jugar, ni siquiera me ocupaba de pensar en que iba perdiendo el año sino hasta que llegaban las calificaciones, los castigos y regaños, y no podía seguir viendo Drago Ball por las tardes después del cole porque había que hacer tareas.


Pero cuando uno crece, de alguna manera deja uno de ser niño y queda excluido del mundo eterno e infinito de la infancia, para ya no pertenecer a ninguna realidad: no se es grande, no se es adulto y esa condición parece ser inalcanzable, pero ya no se es niño, por más que uno quiera regresar. ¡No te dejan!, ni te dejas tu mismo, porque ahora comienzas a tener conciencia de ti mismo o misma de una manera diferente. Pierdes control de tu cuerpo, que empieza a sentir cosas, y pasan cosas, y crecen cosas…, y te ves al espejo y no te reconoces como el niño que eras, o el adulto que aun no eres, y seas lo que seas, lo que ves es patético y horrible: tan feo que ni siquiera es considerado como algo existente en los cánones estéticos del mundo en el que vives: Todos los referentes que te rodean son, o infantiles, o de gente mucho mayor que uno y, obviamente, mas atractiva, mas feliz, mas perfecta, y uno es un moco de esconder.


Te debates en permanencia por encontrar alguna clase de lugar en donde sientas que puedes pertenecer, pero eso no existe. Tratas de opinar, de demostrar que ya no eres niño y que tienes ideas, pensamientos, opiniones y criterios, pero nadie te escucha, porque por mucho que te esfuerzas, para los demás, esos que sí pertenecen a los cánones sociales existentes, lo que sea que pienses o digas es estúpido e inmaduro y no eres digno de ser tomado en consideración.


Te tratan mal cuando te comportas como niño, como sabes ser o sabías, porque era tu única seguridad y lo único que sí sabes hacer; Te regañan o maltratan porque eres infantil y ya no te corresponde, pero te menosprecian cuando tratas de ser grande, y aun peor: todos los demás de tu edad, como sienten lo mismo pero no pueden confesarlo, actúan socialmente de la misma manera que actúan los adultos con ellos mismos: con desprecio y apatía hacia ti, cerrando su círculo de inseguridades propias y aparentando ser grandes, ser seguros, tener todo resuelto.


La vida y la interacción social en la adolescencia se convierten en un mundo de mentiras que tomamos como verdades, donde todos aparentan ser lo que aún no son y en lo que esperarían convertirse, para poder creer en ellos mismos algún día. Es un universo donde todos construimos fachadas de madurez y diseñamos un yo social que funciona como armadura de protección, escondiendo nuestras inseguridades y el mar de vulnerabilidades en el que sentimos que vivimos, y tratamos desesperadamente de ocultar.


Es muy fácil establecer juicios y condenar a los adolescentes por sus acciones, por sus supuestas mentiras y por la manera en que enfrentan sus dificultades: Siempre ha sido fácil poner cara de santo para lapidar a los demás, pero no hay muchas opciones cuando se está viviendo la vida como adolescente. Es igual a un juego de cartas: Aunque no tengas una buena mano para jugar, el juego es justo ahora y tu vida depende de ello, así que tienes que blofear y mantener las apariencias a como dé lugar, porque no es posible poner la vida en suspenso hasta haber crecido lo suficiente como para acumular la experiencia y madurez que todo el mundo espera que tengas y que no hay cómo conseguir.


Si existe la mas remota e improbable posibilidad de que este texto sea leído alguna vez por un adolescente, puede que se sienta identificado o identificada con las vivencias aquí descritas y anhele fuertemente una solución o una clave para resolver estas encrucijadas.


La respuesta que puedo ofrecerle es que está muy bien que haya tomado las decisiones que ha tomado, que no es malo tener que construir una armadura, por más que no sea cierta, porque esa armadura se conforma de aquello que queremos ser, y vistiéndola a diario cargamos la brújula que nos guía a tratar de convertirnos, poco a poco, en portadores dignos de nuestra propia piel. Seguro que en el camino la armadura inicial se irá transformando para ajustarse a los diferentes rumbos que va tomando nuestra vida, y por más que resulte desesperante que le digan a uno que con paciencia todo se arreglará, la verdad es que estás en el camino correcto, sin importar lo que todo el resto del mundo opine: es muy importante entender que el mundo siempre opina en función de sus propias conveniencias y no en base a las verdades.


Por muy desadaptado que te sientas siendo adolescente, la verdad es que la mayoría de los adultos se sienten igual y no han logrado superar sus propias inseguridades nunca. Peor aún, han ido creciendo y volviéndose mentiras cada vez más difíciles de sostener, y ya no se pueden escudar tampoco en la excusa de la adolescencia para justificarlas, así que prefieren quedarse en su actuación prepotente para no ver su propia realidad.


Es verdad que nada de lo que uno pueda escribir o decir cambia en nada el hecho de que la adolescencia es un período de la vido realmente muy dificil., pero al menos quisiera que este pedazo de texto sirva para que el lector entienda que al menos lo comprendo, que todos hemos vivido lo mismo y que no fué fácil para ningun adulto tampoco en su momento, y que a pesar de la inmensa estupidez de la mayoría de los adultos ignorantes que escogen juzgar y condenar satanizando a los jóvenes simplemente por existir, en lugar de ver sus propias incoherencias y centrarse e nser mejores personas ellos mismos, el caso es que la lucha del adolescente es legítima, es valiente, exige todo de ellos, y lo mejor, ¡VAN GANANDO!

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