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LA ERA DE LA FRUSTRACION (1ª Parte)

Actualizado: 8 mar 2022


En la época en la que yo estudiaba, (o como siempre esperé poder decir algún día: Cuando yo era joven…) este tema de la frustración realmente no existía ni se mencionaba como un problema. Era más bien algo normal y común, asociado con ser caprichoso o infantil y se trataba por parte de la familia con expresiones como: ¡deje ya la pendejada y madure!, o se aprovechaba para reforzar aprendizajes sexistas y discriminativos como: ¡No sea nenita¡, ¡Enfrente las cosas como su fuera hombre!, ¡Tan marica!, y así…


Sin embargo, hoy en día el tema de la Frustración es cada vez más frecuente y mucho más grave. Hemos pasado de un tiempo en que la frustración se resolvía con dos insultos y un golpe hasta una época donde este sentimiento es tan delicado que puede llevar a los padres de familia a detener su vida y su trabajo para enfrentar a colegios, universidades y al mismo sistema político, exigiéndole responsabilidad y corrección ante la “frustración” de su hijo adolescente.


La frustración se ha convertido en un factor determinante del comportamiento humano, que se estudia, se explota comercialmente, e incluso se desarrollan algoritmos de inteligencia artificial que rigen las redes sociales y el mundo virtual, para satisfacer de manera inmediata los “caprichos” del “usuario” manteniéndolo enganchado a una ventana de realidad que le muestra sólo lo que él o ella desean ver.

Según diversas fuentes: “El concepto de frustración se define como el sentimiento que se genera en un individuo cuando no puede satisfacer un deseo planteado. Ante este tipo de situaciones, la persona suele reaccionar a nivel emocional con expresiones de ira, de ansiedad o disforia, principalmente.”



Si lo analizamos desde una mirada evolutiva, podríamos ver con facilidad este sentimiento en muchas especies:


Cuando mi gato tiene hambre y no le sirvo comida de inmediato, veo su frustración manifestándose al comenzar a empujar objetos hacia el borde de alguna mesa para tirarlos, y si esto no le funciona se desquita contra la pobre gata que veranea tranquilamente al borde de alguna ventana.


El perro, frustrado por la ausencia de su amo, suele acabar con zapatos, patas y tapizados de muebles finos en un intento desesperado de manejar sus emociones. (nunca se come el zapato barato: siempre el más amado)


El simio que quiere poseer una hembra protegida por otro macho alfa no puede controlar su deseo y su frustración lo lleva a comportamientos agresivos, ya sea intentando violar a dicha hembra o enfrentando al alfa en cuestión por el dominio del territorio, comportamiento no muy diferente a la mayoría de los P.B.P (Primates Bípedos Parlantes, o sea humanos promedio)


Al igual que el deseo, la frustración es un sentimiento básico inherente a la condición humana, y a la naturaleza animal.


En los animales puede entenderse más fácilmente como pulsiones e instintos, que tanto en ellos como en nosotros rigen nuestra supervivencia (comer, dormir) y nuestra supervivencia como especie (impulso sexual reproductivo).


Si en el mundo no existieran las agrupaciones de individuos animales de una misma especie como las manadas, cada animal podría satisfacer sus impulsos y/o deseos como le viniera en gana, y al enfrentar la voluntad de algún rival tendría que lidiar con su frustración a un nivel determinado. Pero desde que la supervivencia de las especies llevó a los individuos a conformar agrupaciones, en ellas se desarrollan límites sociales y códigos de comportamiento y convivencia frente a los cuales cada individuo necesita APRENDER A REGULARSE, y ese aprendizaje, que llamamos “madurar” es acostumbrarse a lidiar con la frustración y el deseo, aprendiendo por la experiencia a manejar la frustración y no dejarse abatir por ella, construyendo límites de comportamiento social y buscando formas alternativas de alcanzar lo deseado desde la aprobación de la manada.


Nosotros como cualquier otra especie animal, tenemos los mismos instintos básicos que rigen a las demás especies, pero la mayor complejidad de nuestros cerebros, desarrollo probablemente causado por las crecientes manadas humanas y sus correspondientes dinámicas sociales cada vez más complejas, nos lleva a la construcción de lenguajes elaborados y con ellos, a la identificación de “sentimientos” que enriquecen nuestra percepción de lo que básicamente corresponde a los instintos y los miedos fundamentales de todo animal.


Pienso que, si los instintos son vagos y generales, y condicionan el comportamiento a nivel subconsciente o paraconsciente, los “sentimientos” son más una racionalización consciente de esas emociones o impulsos en un intento por comprendernos, para poder regularnos, y así construir maneras de alcanzar nuestros objetivos (deseos) dentro de las estructuras sociales de nuestra manada.


Así, se entiende que uno de los grandes dilemas de la existencia humana es entonces el aprender a aceptar que no podemos lograr todo aquello que deseamos de la manera y en el momento en el que lo deseamos, y que para poder satisfacer cualquier deseo se requiere un esfuerzo, un proceso, un trabajo y una autorregulación. La no aceptación de esta realidad humana es lo que conocemos como frustración: El punto clave para el manejo de la frustración reside en la capacidad de gestionar y aceptar esta discrepancia entre lo ideal y lo real.


Esto significa que el origen de la problemática no se encuentra en las situaciones externas en sí mismas, sino en la forma en la que el individuo las afronta.





BAJA TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN


En alguna página web de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que trata de psicología, aparece lo siguiente:


“A las personas que de forma usual reaccionan manifestando frustración se les atribuye una característica funcional llamada baja tolerancia a la frustración. Este estilo parece ser más prevalente en la sociedad actual occidental, donde la mayor parte de los fenómenos que la componen se basan en la inmediatez y la incapacidad de espera.”


Este párrafo refleja claramente el gran fenómeno social de nuestros tiempos: Nos estamos convirtiendo en una sociedad que se rige por el capricho inmediato y la necesidad impulsiva de ver nuestro capricho satisfecho de manera inmediata, y para alcanzar la satisfacción inmediata hemos ido migrando desde una sociedad regulada por gobiernos regionales, hacia rebaños globales dirigidos por corporaciones privadas centradas en la rentabilidad y la ganancia, que gobiernan desde la oferta y la demanda, o tal vez aún peor: por redes sociales programadas por algoritmos de inteligencia artificial que explotan nuestras características más primitivas: aprovechan nuestro facilismo y nuestro capricho brindándonos pantallas en las que vivimos nuestra propia versión de una realidad a nuestra medida, donde se direcciona el deseo creando necesidades artificiales y ofreciendo satisfacciones inmediatas al alcance de un clic y de un Dron.


¿Es esto el paso siguiente en la evolución? O se trata más bien de una involución de nuestra especie, y nos estamos encaminando hacia una pérdida de las capacidades alcanzadas con inmenso esfuerzo durante generaciones de lucha, de disciplina, de aprendizaje y de construcción de conocimiento, porque tal vez para la sociedad de consumo actual resulte más provechoso cultivar personas dependientes del sistema aunque sean completamente inútiles, en lugar de fomentar el esfuerzo y la autonomía, porque podrían surgir personas que cuestionen la supuesta “necesidad de consumo”, porque no son rentables…


¿Es esto realmente lo que queremos ser?



La citada página web de psicología continúa diciendo:


“Los individuos que presentan este modo de hacer se caracterizan también por poseer un razonamiento rígido e inflexible, con escasa capacidad de adaptación a los cambios no programados. Por otra parte, suelen disponer de una serie de cogniciones distorsionadas que no se adecuan a la realidad, debido a la cual interpretan como insoportable el deber lidiar con emociones más desagradables como el enfado o la tristeza y les conduce, por otra parte, a elaborar una serie de expectativas previas alejadas de lo racional, desmesuradas y extremamente exigentes.”


Este es uno de esos párrafos peligrosos, que arroja una tras otra sentencias cientificoïdes (palabra inventada) que nunca se acaban de entender del todo, porque no se explican o contextualizan, pero que sí dejan una serie de “Verdades” desde las que se estandariza a las personas frente a lo que se supone que es lo correcto, y condenan a quien ose pensar diferente. Por ello siento que hay diferentes elementos que conviene analizar: El párrafo habla de “razonamiento rígido e inflexible”, habla de “cambios no programados”, y dice también “cogniciones distorsionadas que no se adecúan a la realidad”. Todas estas son frases y conceptos demasiado densos como para dejarlos juntos en un solo párrafo y esperar que se entiendan por sí solos sin más contextualización. Por otra parte, creo que sugieren nociones que tal vez puedan ser, ellas también, errores tan complejos como la frustración misma, así que vamos a desmenuzarlos uno a uno.



Razonamiento rígido e inflexible

Desde el asunto de la frustración, es entendible que una persona que está convencida de que la realidad se construye desde criterios racionales predeterminados y que constituyen verdades absolutas, tenga dificultades para aceptar otros puntos de vista, y si las cosas suceden de una manera diferente a como esa persona supone que deben ser según su lógica, pueda sentir fuertes frustraciones y le resulte muy difícil funcionar. Sin embargo, crecimos en un mundo donde nos enseñan que la verdad es una y una sola, y que esa verdad está más allá de las vivencias personales o las opiniones subjetivas. La verdad es ley, la ley es dictada e impuesta, y se sustenta desde la noción del bien y del mal, que son determinadas por Dios. Y Dios es sólo uno y todos los demás están equivocados y morirán quemados en el infierno.


Ser psicorígido es entonces una consecuencia obvia de nuestro sistema de educación, que no hace otra cosa que promover una idea de la realidad donde los humanos debemos ser productivos, funcionales y obedientes de un sistema pensado para la producción y el consumo. Nos educan para ser engranajes funcionales de una maquinaria, y para poder encajar hemos de convencernos de forma absoluta de que esa es la única realidad posible y la única verdad en el mundo. Es lo correcto. Es lo que nos hace ser personas de bien, y así podremos ser felices, comprar una vivienda gracias a una hipoteca y tener una tarjeta de crédito, y para ello es necesario tener un empleo con un contrato laboral a término indefinido con el que se me garantice unos parafiscales que incluyen vacaciones de quince días al año y un plan de pensiones en el que nos robarán más del ochenta por ciento del dinero pagado en una vida a cambio de una mínima cuota mensual en nuestra vejez que nunca representará lo cotizado o lo trabajado.


Yo soy así y no voy a cambiar. Es una de las oraciones más conocidas en el mundo. Es una de las enseñanzas que prácticamente todos escuchamos alguna vez de nuestros padres o nuestros abuelos, o ciertamente fueron enseñanzas que nuestros padres recibieron sin duda alguna de sus propios padres o abuelos: Es una lección que significa que cuando somo niños o jóvenes, debemos someternos a la rigidez de los adultos que nos gobiernan. Que son nuestras voluntades y nuestra personalidad la que debe subordinarse ante los mayores, los que saben las reglas y dan el ejemplo a seguir. Que enseñan que las cosas deben ser como siempre han sido y que se debe hacer lo que siempre se ha hecho.


Nuestra sociedad, en todas partes del planeta, ha defendido desde hace tiempo la psicorigidez como una manera correcta de mantener al mundo en equilibrio: cuán frecuente es escuchar en diferentes ámbitos profesionales que lo importante es la continuidad de los procesos inalterados para poder construir métricas cuantificables, desde las cuales se puedan realizar proyecciones, que son las que garantizan el éxito de cualquier emprendimiento. La creatividad y el inconformismo en un individuo son características peligrosas porque comprometen la estabilidad, la continuidad, no dejan que se construyan hábitos y estandarización de procesos y por consiguiente presentan un riesgo incómodo que es preferible apartar.


La educación en todas partes del planeta sigue estructurándose desde la trasmisión de los “Conocimientos aprobados” y políticamente correctos, desde las mismas metodologías conductistas, condicionantes y maltratantes, degradando a las jóvenes mentes para que sean siempre dóciles y obedientes por medio de maltrato psicológico y refuerzos negativos que apaguen su individualidad y los sometan a la verdad social: debes perpetuar las tradiciones y aprender a pensar como queremos que pienses. Debes aprender que la única realidad a la que puedes aspirar es a la verdad del asalariado obediente y sumiso. Debes establecer rutinas y monotonía en la vida, aceptar que la felicidad se encuentra en la repetición sistemática de las mismas tareas que te son ordenadas por los superiores, que siempre hay superiores, siempre serás subordinado, y debes respetar las reglas, consumir tanto como te sea posible para estar siempre endeudado con los bancos y así vender tu alma al sistema.


"Eso es ser una buena persona."


Pero claro, el sistema no puede evitar que exista un espíritu dentro de las personas, y cuando este espíritu se rebela y expresa frustración, la mejor manera de volver a pisotearlo lo suficiente como para que vuelva a ser conformista es diciéndole que es porque padece de un razonamiento rígido e inflexible que le dificulta aceptar la realidad como es, que lo hace intolerante, y que es su naturaleza disfuncional la fuente de su escasa resistencia a la frustración. ¡Qué interesante!


No estoy diciendo que la rigidez de pensamiento sea la mejor de las actitudes para enfrentar la vida y manejar nuestros problemas y nuestra realidad. Por supuesto que no lo es y estoy absolutamente en contra, pero no basta con decirlo simplemente para poder manejar el problema de la frustración, ya que a pesar de la sentencia y del diagnóstico, nos han educado y amaestrado desde hace generaciones para cimentar esa rigidez como base estructural de la personalidad. De lo que somos y de cómo nos definimos a nosotros mismos. La educación tradicional, esa que se ha desarrollado desde tiempos indefinidos desde los colegios religiosos dirigidos por sacerdotes autoritarios y monjas estrictas (adjetivos escogidos para no regarme en prosa al respecto) y que después se fortaleció con los estudios de científicos como Jean Piaget (1896-1980), quien clasificó, por así decirlo, las formas en que una persona aprende, desde sus primeros meses de edad hasta su adolescencia, planteando las bases de lo que, a partir de sus estudios, se llamó el constructivismo y que plantea que el individuo estructura su personalidad de base entre los cero y los siete años de edad, y que desde entonces y en adelante sólo se suman conocimientos, aprendizajes y sutilezas que refuerzan esa personalidad única y definida que nos construye como un yo único e inmutable hasta nuestra muerte (obviamente el constructivismo es mucho más elaborado y complejo que esto, además de contener grandes enseñanzas supremamente interesantes, e invito a todos a leer al respecto, pero esta simplificación excesiva es útil para los propósitos de este texto)


De repente, cuando aparece la rebeldía en algún individuo y se manifiesta la frustración y el intento de adaptación contra una realidad hostil, ese YO constructivista, cimentado e inflexible se vuelve convenientemente inadecuado, haciendo que no sólo sea imposible resolver el problema, sino que, además, nos convirtamos inmediatamente en defectuosos, minando nuestra autoestima al connotarnos como “erróneos” o “enfermos” y así hacernos nuevamente sumisos sin arreglar nada.



Cambios no programados


Resulta muy interesante la lectura de esta palabra en nuestros días en que “programación” se vuelve sinónimo de “algoritmo” y de predicción de comportamiento, hábitos de consumo y rentabilidad asegurada, al igual que es casi sinónima de “inteligencia artificial”. Todo aquello que no sea predecible y calculable, realmente representa un riesgo para el sistema, y por lo tanto debe ser reprimido o excluido del sistema.


Claro que el párrafo aquí analizado está sugiriendo que la poca tolerancia a la frustración deriva de haber crecido para convertirnos en personas que no nos adaptamos a los cambios y cuyas mentes no son suficientemente flexibles como para ser tolerantes y adaptativos, y en la forma como lo describen, suena totalmente médico y políticamente correcto, por lo que debe ser cierto. Sólo falta que se argumente dentro del artículo que “Un estudio de una universidad prestigiosa revela que la baja tolerancia a la frustración es debida a…” para que lo expresado en el párrafo en cuestión se convierta en verdad absoluta e incuestionable.


En serio me parece difícil de digerir que, nuevamente, nuestro sistema educativo se esfuerce en condicionar nuestra vida durante tantos años, haciéndonos creer que la única verdad es la establecida en los libros de leyes, que el único Dios es el aprobado por la constitución nacional, que los únicos principios válidos son los descritos en el acta de derechos humanos y reinterpretados cada tanto por las entidades internacionales, y que a partir de dichas estrategias educativas en todas partes sigamos construyendo sociedades que se centran totalmente en el consumismo y la dependencia económica y bancaria, con el fin de crear una única verdad inmutable donde todo comportamiento humano pueda ser predecible y calculable, para luego decirle a quien sufre por ello, que su sufrimiento deriva de su incapacidad, sólo suya, para aceptar que la vida no siempre es como te enseñaron que era y que debes ser flexible al cambio.



Cogniciones distorsionadas que no se adecúan a la realidad


Esta frase es una de las mejores que he visto en mi vida, en serio. Es sofisticada y sutilmente presuntuosa, llena de palabras importantes y psicológicas que impresionan y que construyen automáticamente la duda sobre sí mismo en cualquier lector. Como no se plantea ningún marco supuestamente correcto que represente la realidad, deja en claro que cualquiera que sea nuestra lectura de la realidad puede, potencialmente, ser una distorsión de la misma y por lo tanto nos sumerge a todos, sin excepción, en el mundo de los inadecuados y de los psicóticos que requieren de terapia para poder aprender a “Reconocer los parámetros adecuados de la realidad”


La verdad es que podría seguir durante páginas criticando sólo esta frase, y lo disfruto tanto como las canciones de profundo resentimiento, como “Rata inmunda” y similares, pero realmente no nos llevará más lejos que lo que creo que ya está claro. Es pura manipulación.


Nuestro hermoso párrafo completo nos lleva paso a paso a no tener otra opción que internarnos en un psiquiátrico para ser medicados de por vida, convencidos de que el problema es nuestra naturaleza inadecuada y que el sentir frustración es un defecto de carácter o una enfermedad mental, dejándonos entrever que no tenemos criterio para juzgar sobre nosotros mismos, y mucho menos tenemos las herramientas para poder superarlo. Necesitamos ayuda profesional.


Sobra decir que no estoy de acuerdo. (pero cuando lo lees por primera vez, te lo crees por completo y no lo cuestionas, porque lo dice una página importante o científica, o médica, y ellos son algunos de los dueños de la verdad)


Claro que tener baja tolerancia a la frustración es un problema, básicamente porque cuando se siente frustración se sufre. Y si esto es en exceso frecuente, la vida empieza a perder su brillo y sus colores. Pero creo que es importante comprender que la gran mayoría de las frustraciones que hoy en día vivimos son construcciones sociales, en cuanto a que se producen frente a la incapacidad que experimentamos por no alcanzar las expectativas socio-estético-comerciales escogidas por las encuestas de mercado para incentivar el consumo.




FRUSTRACIÓN EVOLUTIVA


Si partimos de la definición encontrada sobre la frustración: “El sentimiento que se genera en un individuo cuando no puede satisfacer un deseo planteado”, podemos comparar el comportamiento de un niño pequeño o de un bebé con lo que dice esta definición, encontrando fácilmente situaciones que la ilustran:


El llanto de un bebé al sentir hambre y no recibir pecho materno de inmediato es un claro ejemplo de cómo una necesidad, que luego se transforma fácilmente en un deseo, al no verse satisfecha de inmediato genera una incomodidad y un malestar que resulta, con absoluta naturalidad, en el llanto del bebé.


De manera intuitiva desarrollamos estrategias de manipulación y chantaje emocional desde bebés, para saciar nuestras necesidades y para multiplicar la sensación de placer que sentimos al ver desaparecer el sufrimiento que genera el hambre, el cansancio, el dolor intestinal por gases, retorcijones o constipación y demás problemas existenciales que enfrenta un humanos de meses de nacido: El malestar en cualquier medida es doloroso y genera sufrimiento, por lo tanto: lloro. Ante mi llanto algún adulto viene siempre a tratar de solucionar el problema a como dé lugar, y a pesar de la frecuente incompetencia de los adultos que pretenden embutirme comida cuando lo que quiero es evacuar el intestino y no lo logro, o porque me arde el culo porque los ineptos no se han percatado de que lleva horas cubierto de m…, en fin. Poco a poco logro hacer conciencia de la relación causa-efecto entre el llanto y la activación de los adultos presentes, así que aprendo a usar el llanto a mi favor.


La frustración aparece cuando al tener ya dos años de edad y sigo empleando el mismo mecanismo para tratar de saciar mis necesidades y caprichos, o tal vez ya mas mis caprichos que necesidades reales la mayoría de las veces, y los súbditos adultos ya no responden como yo los había entrenado: Algo pasa. Algo se dañó en mis adultos y en lugar de correr a darme todo al mismo tiempo, se molestan y ya ni vienen, y mi problema ya no se resuelve.


¿Qué hago? Siento frustración:

a pesar de mis esfuerzos no consigo lo que quiero.



Cuando uno lo piensa un poco, resulta de verdad increíble ver ¡cómo somos de inteligentes cuando somos bebés y cuan brutos nos volvemos de grandes!


Como aún no tengo EGO porque soy un bebé aún y apenas comienzo a estructurar mis aprendizajes, en lugar de acudir a la soberbia o a la intimidación para exigir que el mundo se acomode a mi voluntad, me dedico a observar tan atentamente como sea posible para descubrir QUE ESPERAN LOS ADULTOS DE MI: Si lo que antes funcionaba ya no sirve, habrá que encontrar otro camino, y solo lo puedo descubrir observando mi entorno, para encontrar algún comportamiento que imitar.


Primero tengo que lograr resistirme al sufrimiento y el dolor que siento, por hambre, por ardor, por lo que sea, y observar a ese adulto frente a mí, que también está frustrado y ofuscado porque no entiende un carajo de aquello que es obvio, y de pronto ese adulto hace un gesto llevando la mano a la boca y yo lo imito mientras trato de controlar mis sollozos. Eso parece funcionar de una forma determinada porque al hacerlo el adulto me brinda alimento. Si en cambio yo exploto en llanto ante ese gesto, el adulto me mira el pañal, y entonces ya vamos encontrando formas de comunicarnos.


Es difícil. Es frustrante, y cada día hay que construir nuevos signos, nuevos gestos, más estrategias para reentrenar a esos adultos, pero poco a poco me acostumbro a ir adaptándome a sus formas de comunicación, y me acostumbro a buscar caminos para cumplir con sus expectativas.


Nuestra primera estrategia de aprendizaje es la propiocepción, o la capacidad de reconocer lo que siento, lo que percibo en mi propio cuerpo, y familiarizarme con esas sensaciones, aprendiendo a diferenciar unas de otras. Luego aprendo por imitación, en la medida en que percibo comportamientos en mi entorno y busco la forma de imitarlos. Después aprenderé por codificación, o por abstracción, y conceptualización, y hasta por oposición, en el mismo orden y en sentido contrario como terminaría diciendo alguna reina de belleza, para convertirme en lo que sea que termine siendo de adulto: El bruto incapaz de entender a un bebé.


Lo grave de la imitación es que aprendemos tanto lo bueno como lo malo. Aprendemos a comunicarnos con el adulto para poder sobrevivir y construir dinámicas de interacción que permitan nuestra supervivencia y fomenten los entrenamientos y prácticas necesarias para llegar a ser autónomos, pero también aprendemos los comportamientos nocivos y “Tóxicos” de esos adultos: sus manipulaciones, sus chantajes, sus maltratos entre ellos, sus venganzas y sus dramas, y apropiamos todo como esponjas sin discernir lo correcto de lo inadecuado para nuestra salud mental.


El punto es que hemos crecido a través de las generaciones para aprender a tenerle un miedo irracional a todo lo que nos pueda producir malestar o sufrimiento, y así la frustración se ha convertido en el gran monstruo a exorcizar. Pasamos de ser una especie que conseguía su alimento con el sudor de su frente por culpa de una manzana que seguro estaba verde y desabrida para colmo de males, un especie que enfrentaba a la adversidad y a la naturaleza con el valor de un vikingo y la determinación de un templario, gente capaz de construir sus viviendas con sus propias manos y ferrocarriles a pulso que atravesaban continentes, para convertirnos en personas que lloramos frente a la demora en el pago de los auxilios de transporte correspondientes a un salario o la ansiedad de no poder saber de antemano lo que me van a preguntar en una entrevista laboral.


Éramos seres que teníamos que enfrentar enormes depredadores salvajes, luego fuimos seres que luchaban contra otros humanos por la supervivencia y conquista de territorios, luego peleamos por defender ideologías y principios. Pero ahora que ya no tenemos necesidad de pelear con nadie para sobrevivir, ya no necesitamos cargar una espada por si se presenta un duelo a muerte entre el almuerzo y la merienda o un revolver para conquistar el oeste, ahora somos seres que luchamos por sobrevivir a nuestras pequeñas frustraciones por no tener el cupo suficiente en la tarjeta de crédito para comprar el último teléfono celular por internet y que me llegue a domicilio.



EL MANEJO DE LA FRUSTRACIÓN ES LA CLAVE DE LA MADUREZ


Me vino a la mente hace unas líneas la imagen del típico vaquero de las películas, con sombrero, pistola y espolones, muy macho y con cara de puño (siempre deben tener cara de puño para verse rudos y machos) enrollando un lazo sobre su mano. El lazo, larguísimo, es nuestro problema de la frustración con todo lo que conlleva y en la mano está siempre esa misma frase a la que volvemos una y otra vez: “La frustración es el sentimiento que se genera en un individuo cuando no puede satisfacer un deseo planteado. Ya le hemos dado un par de vueltas al lazo, y lo que nos queda por enrollar es mucho más corto, pero volvimos otra vez a la misma definición del problema: Es frustrante no poder satisfacer el deseo.


A. ¿En serio pensamos que el problema es la frustración?


B. ¿El verdadero problema no será más bien el deseo?


C. ¿O el problema es que somos demasiado caprichosos y perdimos

la capacidad de madurar?


D. ¿Todas las anteriores?


Si le preguntáramos a Don Siddhartha Gautama, más conocido como “alias BUDA” el señor nos habría dicho que la raíz de todo sufrimiento es el deseo y que sólo superando el deseo alcanzaremos la iluminación.



Por pequeño que sea un deseo, te mantiene atado, como el ternero a la vaca. (Buda)


Por supuesto que no podemos hacer aquí un resumen completo de lo que significa este concepto en el budismo, como tampoco podemos abarcar la complejísima simplicidad del budismo en un libro, así que la única alternativa posible es recomendar al lector de este texto el adentrarse un poco en esta filosofía. Tal vez empezar con una bella película del reconocido director Bernardo Bertolucci en 1993, llamada Little Budha o el pequeño buda, en donde el actor Keanu Reeves interpreta al príncipe Siddharta en su camino desde el palacio de su padre hasta su iluminación bajo el árbol sagrado Bodhi.


La reflexión sobre el deseo es una idea primordial en el budismo, así como en el taoísmo y en otras corrientes de pensamiento. No todos los deseos son fuente de sufrimiento: aquellos que buscan satisfacer necesidades biológicas fundamentales, como comer, dormir, hidratarse, se manifiestan como deseos para solicitar al cuerpo atender estas necesidades y poder vivir con normalidad.

“En el budismo se habla de un tipo de deseo como "tanha", basado en la ignorancia. Esta forma de deseo apegada a la importancia personal es considerada una de las raíces centrales del sufrimiento (el dukkha). Existe una lógica impecable en esta idea puesto que nunca podremos satisfacer deseos que no tienen base en la realidad y por lo tanto si los perseguimos acabaremos sufriendo. Asimismo, ya que vivimos en un mundo impermanente, si dedicamos nuestras energías a cumplir estos deseos, el resultado será siempre insatisfactorio puesto que los deseos que relativamente hemos logrado se iran degradando con el paso del tiempo y surgirán nuevos deseos que nos colocarán en este mismo ciclo. Ocurre comúnmente que cuando finalmente conseguimos cumplir un deseo éste ya ha perdido el significado que tenía que fue lo que nos hizo perseguirlo. Así, la servidumbre del deseo es absurda.” (fuente:


No soy experto en budismo ni tengo la pretensión de inducir a nadie hacia algún tipo de creencia o camino determinado. No soy quien para pretender extenderme en este asunto del deseo visto desde el budismo ya que para ello el único camino es el budismo mismo, pero si estoy seguro de que allí se encontrarán grandes soluciones al problema de la frustración y del deseo, obviamente. La inmensa sabiduría del budismo es en mi opinión totalmente incuestionable y extremadamente conveniente para cualquier alma mortal o inmortal, pero no es el único camino.


Es muy impresionante ver las grandes coincidencias de muchas de las enseñanzas de Buda con las de Jesucristo, y las de éste con Mahoma, y así, dejando entrever que en las religiones hay mucho que vale la pena aprender, al igual que en muchas filosofías a lo largo de la historia de la humanidad, por lo que diría que “aprender” es un deseo que sí vale la pena seguir, toda vez que tengamos claro el porqué y el propósito…


Como no tengo autoridad suficiente para quedarme hablando sobre la opción B, prefiero seguir con la opción C: Somos demasiado caprichosos y hemos perdido la capacidad de madurar (notarán que salté convenientemente sobre la A, que sin duda abordaremos de diversas formas en este camino)


Como decía al inicio de este capítulo (pretenciosa palabra esa de “Capítulo” pero no me ocurre otra) estoy convencido de que la frustración es una estrategia innata y natural para el aprendizaje. Es algo que se genera en nosotros manera natural para enfrentarnos a los cambios y a la evolución. Un mecanismo de alarma que activa las neuronas para construir nuevas sinapsis, desarrollar mejores caminos de procesamiento de información y nos ayuda a construir nuevas habilidades. Entonces no es verdaderamente un problema, sentir frustración no es malo. Claramente no es el sentimiento mas agradable que hay, eso es claro, pero es algo así como una alarma interna que se enciende para decirnos que necesitamos esforzarnos mas y mejor para alcanzar la meta que nos hemos propuesto, y que requerimos desarrollar más habilidades para ello.


Cuando los llantos y pataleos del niño, acompañados de su rudimentario lenguaje de señas, dejan de ser suficientes para comunicarse con sus padres, el niño siente frustración. Lo desagradable de este sentimiento lo obliga a reaccionar con más violencia por el malestar que siente, pero como esto conlleva automáticamente reacciones negativas por parte de los padres, pronto el niño se da cuenta de que ese camino no le va a funcionar. Aprende que las estrategias con las que contaba ya no funcionan y que SU REALIDAD HA CAMBIADO, por lo que necesita construir nuevos caminos para lograr manejar la frustración que deriva de no poder satisfacer su deseo, y así aprende esforzarse un poco más, a pensar, a observar, a encontrar maneras de aprender algo más. Tal vez lo lleve a arriesgarse para probar un comportamiento o una acción totalmente nueva para él como, por ejemplo, tratar de copiar esos sonidos extraños que emiten sus padres y todos los adultos que lo rodean y que lleva oyendo hace tiempo.

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