Me preocupa constatar que, con frecuencia, el camino del arte se convierte en un mundo que gira alrededor de los egos, en lugar de ser un camino de contemplación, para el aprendizaje y el crecimiento.
Tanto en el arte figurativo como en los procesos conceptuales de la modernidad, unos y otros parecen estar mucho más interesados en lucirse y aparentar sofisticación o inteligencia, o elitismo y superioridad, que en buscar realmente la profundidad en sus búsquedas o el pulimiento de su oficio.
Yo entiendo la fragilidad del ego y la vulnerabilidad que se siente al tener la sensibilidad de un artista. Entiendo que la mayoría de los artistas son personas con un aspecto emocional muy importante, que les hace ver el mundo que les rodea desde una perspectiva única, por su sensibilidad, y que se ven afectados de manera íntima por cosas que la mayoría ni siquiera notan, o si lo notan prefieren apartar la mirada para continuar sus vidas de manera cotidiana, pero no comprendo bien la manera en que esta sensibilidad y esa conciencia se convierten con frecuencia en egolatría y desdén por el mundo.
¿Cuándo fué que el mundo del arte dejó de ser la expresión del alma humana, para convertirse en bullying social, en un universo de falsos pretensiosos que abanican sus discursos sofisticados para alardear de su supuesta cultura y superioridad en la cara de la gente?
El mundo del arte en la actualidad es la feria de las vanidades. Está lleno de Supuestos expertos, que hoy se llaman Curadores, que son mucho más importantes que los mismos artistas. Ahora se ven exposiciones que presentan la selección, criterios e importancia del curador, en lugar de centrarse en las obras expuestas o los artistas que las crearon.
Estos expertos en arte no son artistas. Nunca han tratado de serlo: son supuestos eruditos que saben más del arte que los artistas e historiadores y se han convertido en absolutos dictadores, decidiendo qué es cultura y qué es válido, imponiendo su criterio como única verdad posible e impidiendo que el público, que el mundo, pueda decidir por sí mismo lo que mueve el alma de cada uno como persona.
Recuerdo con frecuencia a mi profesor de Iniciación Estética en la Academia de Bellas artes, hace muchos años, a quien rindo homenaje por lo mucho que me ha hecho crecer.
Guy Gilsoul era un crítico de arte: Un Periodista con una gran cultura en el mundo del arte y, como periodista, un hombre que se esforzaba por comunicar, y como profesor nos obligaba a reflexionar y nos confrontaba con nuestra pereza mental y comodidad.
En clase nos exigía que escribiéramos todas las semanas al menos dos artículos, como si fueran para ser publicados en un diario o revista especializada, sobre las diferentes exposiciones de arte que se presentaban en las galerías de la ciudad. Algunas las escogíamos nosotros libremente y en función de nuestros gustos, pero otras eran escogidas por él, siempre con intenciones especiales. La premisa era siempre que los artículos debían ser un puente entre el artista y el público. Que cada texto debía expresar el valor de la exposición y de la obra presentada, de manera a que el lector sintiera el deseo de ir a ver la exposición y de vivir la experiencia por sí mismo. Decía, si no se tiene nada positivo y constructivo que escribir de un artista o su obra, mejor no escriba nada.
Como sería de maravilloso si todos los críticos, curadores y supuestos eruditos tomaran clase con mi profesor alguna vez. Pero no. El propósito de los expertos parece ser mostrarse superiores al arte mismo, y sentir que son ellos los detentores de la verdad, como si fueran monjes medievales custodiando los conocimientos y evitando a toda costa que el pueblo pudiera aprender a leer.
Buda decía que el camino de la conciencia y la compasión era la única manera de salir del círculo infinito del Samsara: el ciclo eterno de reencarnaciones y de vidas centradas en el miedo y el deseo, que nos condenan a una eternidad de tropezar siempre con la misma piedra: el insufrible ego.
Hace ya cerca de dos siglos, los artistas se revelaron contra el oficialismo en el arte en el Salón de los rechazados (1863) donde se presentó por primera vez el impresionismo, con una serie de artistas que veían el mundo de manera diferente a lo aceptado por los críticos y los académicos, herméticos ambos en su visión de lo que es el arte y sus reglas. Hace casi la misma cantidad de años el propio Vincent Van Gogh fue rechazado en la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas, por ser mal artista y por falta de “talento”, según los mismos principios académicos.
Hace mas de cien años, Marcel Duchamp se revela contra el mundo erudito del arte y la supuesta sacralidad de la obra artística, de los museos y las galerías, y harto del exceso de pretensión del mundo del arte presenta un orinal bautizado “La Fuente”, para denunciar lo absurdo y superficial de ese mundo en el que los eruditos y expertos se autocomplacían, dando nacimiento a todo un universo en el mundo artístico, y es increíble que ese acto subversivo y contestatario y toda una vida de denuncia sobre la frivolidad del arte y su mundo pseudointelectual, haya podido ser convertida en menos de un siglo en el “nuevo oficialismo artístico y en la nueva academia: Para nadie es secreto que esto es lo que se enseña como arte en casi todas las universidades del mundo, como si se tratara nuevamente de una inquisición medieval donde todo el que piense diferente es condenado a la hoguera.
¿Triste? Si, Pero esto no es más que un reflejo del mundo del arte en general, donde los primeros ególatras son los mismos artistas. Cada uno se cree dueño de la verdad absoluta y cada uno camina por el mundo, o levita, elevado en su íntima convicción de que ha nacido con un don superior, otorgado tal vez por Krishna o el Dios de turno, que el hecho de ser artista lo hace especial y superior a los demás y de que cada cosa que hace piensa o dice debe ser reverenciado como evangelio, porque en realidad, la gran mayoría de artistas creen que el universo gira alrededor de ellos mismos.
Como decía al principio: Me preocupa constatar que, con frecuencia, el camino del arte se convierte en un mundo que gira alrededor de los egos, en lugar de ser un camino de contemplación, para el aprendizaje y el crecimiento.
El vivir dentro del mundo del arte es una oportunidad realmente increíble: podría enseñarnos que el oficio del artista se centra en aprender a ver, en comprender que la realidad es mucho más que nuestros prejuicios y que lo que creemos saber sobre ella y que nos enseña a callar nuestro ego y nuestro “conocimiento” para aprender realmente de la naturaleza frente a nosotros, o de lo que el mundo tiene para decirnos.
El deber del artista no es hablar sin cesar y alardear sobre su talento y su sensibilidad, de jactarse de su supuesta sapiencia en su afán de ser admirado y reverenciado, y en vivir buscando la gloria, la fama y riqueza, creyendo que alcanzará alguna forma de inmortalidad a través de su obra, que lo acerque al olimpo como un nuevo semidios contemporáneo: debería ser más bien, callar y aprender a escuchar con humildad y con el alma receptiva, para escuchar el susurro de un mundo sin voz que grita a diario las verdades sobre nosotros mismos que ya no oímos y la belleza y complejidad que pocos ven, porque no vemos mas allá de la punta de nuestras narices. El deber del artista es el de contemplar y meditar a través de su oficio, buscando alcanzar una armonía y una paz mental que le permitan escuchar y aprender, reflexionar y comunicar a través de su trabajo, con el ánimo de crecer como persona y como ser sensible, y contribuir al crecimiento de los demás, por medio de reflexiones y cuestionamientos serios y sinceros.
Personalmente siento que el gran debate en mi vida se centra en ser capaz de reconocer ese ego, en tratar de comprender cómo se manifiesta y cuáles son sus trampas y sus engaños y aprender a convivir a su lado sin prestarle demasiada atención, porque es un niño terriblemente caprichoso y demandante. Creo que el ser artista, mas que un oficio o una profesión es una condición del ser, casi como una discapacidad con la que tienes que aprender a vivir y debes encontrar la mejor manera de sacar provecho de ella, para ver hasta dónde te puede llevar.
Cuando era niño, era un individuo sumamente tímido y retraído. Era excesivamente distraído y vivía en mi mundo imaginario, soñando despierto y divagando en un universo paralelo que me hacia pésimo estudiante y en el raro de la clase. Me castigaban con frecuencia en el colegio y era motivo de burlas frecuentes, de las que no me daba por enterado porque, como dije, vivía en mi burbuja personal.
Como no socializaba, en parte por mi timidez y mi miedo y en parte porque, como era raro, era aislado por los demás, pues evidentemente no aprendí mucho de deportes grupales y de los juegos que eran importantes para los demás niños. Pasaba mis descansos en algún rincón del patio del colegio dibujando en un cuaderno o esculpiendo superhéroes en plastilina para escenificar mis fantasías y coloreaba mis películas mentales hasta que el timbre me regresaba al salón de clases.
En la adolescencia, esta discapacidad social construida desde la niñez hizo cada vez más difícil la vinculación social, por lo que me refugiaba cada vez más en el arte y las manualidades. Sobra decir que no bailaba, no cantaba, no jugaba y no iba a fiestas. Todas estas actividades que aún hoy en día sigo sin comprender plenamente.
Ya en la Academia de Bellas Artes, mi rareza y mi discapacidad social se veían compensadas por una habilidad manual en el dibujo y en el modelado, así como una cultura general adquirida comiendo libros de historia del arte, mitología y otras lecturas ligeras. Estas características que fueron mi refugio desde la primaria, allí se volvieron valores que hicieron que otros se acercaran a mí y de repente me sentí valioso para otros y de alguna forma, sentí que pertenecía a algo en alguna parte.
Shakira dice que cuando hay que hablar de dos, es mejor empezar por uno mismo.
Cuento esta parte de mi vida porque creo firmemente que la mayoría de artistas son artistas porque tienen vivencias parecidas de algún modo: Nos volvemos artistas porque tenemos alguna clase de discapacidad social o adaptativa que nos dificulta sentirnos parte de el medio social en el que crecemos. Esta vulnerabilidad nos aísla de cierta forma y buscamos como compensar la necesidad social con actividades que nos direccionan a mundos artísticos y marginales, en donde aprendemos a validarnos desde nuestras habilidades artísticas para encontrar un lugar que nos haga sentir reconocidos, y este afán de reconocimiento y de aceptación tiende a seguir creciendo insaciable hasta convertirnos en monstruos ególatras que necesitan ser siempre el centro de atención, porque en el fondo, buscamos compensar desesperadamente un vacío emocional.
No sé qué tan ególatra habré sido en mi vida como artista, pero sí recuerdo en mi juventud los sueños de fama y fortuna donde esperaba convertirme en artista reconocido, rico e importante, al que invitarían a todos los eventos y le extenderían el tapete rojo. Curiosamente cuando cosas así comenzaron a suceder, y me ví a mi mismo en eventos sociales y hablando con reinas de belleza, y posando para fotografías y esas cosas, me sentí tan abrumado por ese mundo que salí corriendo y me regresé a Europa a estudiar nuevamente en la academia donde fui feliz y donde me sentía en casa.
Cuando se es un artista joven, o como los llaman hoy en día “artistas emergentes”, se es fundamentalmente joven.
Y el problema de la juventud, especialmente en los artistas, y lo digo por experiencia propia, es que uno madura de manera irregular: En algunas cosas se crece aparentemente bastante y se construyen habilidades y fortalezas que según la gente son muy maduras, importantes y valiosas, pero a cambio quedan muchos aspectos de nuestro desarrollo, como “subdesarrollados” y en los que se sigue siendo terriblemente inmaduro y vulnerable. Entonces buscamos ocultar nuestras debilidades esgrimiendo nuestro talento, cultura y conocimientos, y corremos el riesgo de quedarnos allí, perdiendo la posibilidad de crecer y madurar realmente, porque es más fácil ser ególatra y quedarnos en las fórmulas que generan éxito social que mirar hacia nuestro interior y buscar cuál es el camino que más exige de nosotros mismos.
Me encantó tu artículo y sobre todo esa apertura hermosísima para relatar quien eres y que quieres. Yo estoy de acuerdo en que el arte es un medio de expresión de uno mismo, de autoconocimiento, de crecimiento, de Paz y sobretodo… un camino para voltear a ver y tocar nuestra Alma…
Me dejaste llenita de Paz y de continuar haciendo eso que alimenta mi Alma!!
Te felicito!!
Me encanta gracias por compartir, me parece muy sincero todo lo que nos describes, siento que en muchas partes me identifico con tus vivencias y creo que si fuera yo quien escribe, mi relato se marcaría seguramente con muchas lagrimas, por eso lo más importante es el conocimiento de uno mismo y este camino hace parte de ese lindo proceso 🙏.
Waoooo Santoyo, muy aceptadas palabras, me parece que es el mejor camino, el del conocimiento de uno mismo como ser humano, de mirarnos hacia dentro y aprender a convivir con ése señor llamado ego, desde la aceptación, para trascender, pero desde esa perspectiva,...muchas gracias por esa gran labor de enseñanza que hace y con su permiso, comparto éste artículo para que sirva a más de nosotros...muchas gracias.