Ya lo he dicho muchas veces y lo repito: Estoy convencido de que ninguna obra, ningún proyecto y ninguna realización humana puede ser obra de una sola persona.
La historia del arte y la historia general siempre han resaltado el genio individual, el mérito de individuos -usualmente masculinos, sobre los cuales recae toda la gloria y la responsabilidad de aquello que les atribuyen. Leonardo y sus inventos, Miguel Ángel y su capilla, Beethoven y sus sinfonías, Spielberg y sus películas, o Hitler y su antisemitismo, Trump y su soberbia, Don Australopitecus y su invento del fuego o Uribe y su… dejemos así.
Me imagino que fue el movimiento feminista el que inició la compensación de esta costumbre histórica cuando se hizo célebre la frase: “Detrás de cada gran hombre hay siempre una gran mujer” y es muy cierta además de ser casi justa, salvo porque en la mayoría de los casos el mérito mayor y real de las cosas es de esa gran mujer y no del que pone la jeta para recibir los laureles.
Como artista plástico que he sido toda mi vida, puedo decir por experiencia que ninguna de las obras que he realizado han sido producto de mi “talento” exclusivamente, y no puedo llevarme el crédito completo de nada de lo que he realizado en mi vida. Siempre ha habido al menos un carpintero que fabricó los bastidores y marcos de mis pinturas, un químico que fabricó las pinturas con las que he trabajado, un modelo o una modelo que prestó su tiempo, su cuerpo y parte de su alma para darle vida a esa creación conjunta y siempre existió un alma desafortunada que tuvo que soportarme y apoyarme de alguna forma durante los procesos creativos, como parientes, parejas, amigos, modelos, o victimas casuales (es broma) y cuyo aporte de una u otra manera hicieron posible la creación plástica.
También puedo afirmar de manera autobiográfica que cuando la persona con la que uno comparte su vida NO es esa “Gran mujer”, o esa “Gran Persona” (para no convertir esto en un debate de géneros), cuando uno está acompañado por quien no está dispuesto o dispuesta a caminar el mismo camino y a hacer suya la búsqueda o la batalla del otro, ninguna gesta prospera y ninguna creación florece como hubiera podido.
El miedo y el egoísmo son los peores enemigos del éxito y del desarrollo
Crecí en una familia compuesta de egocentrismos inverosímiles que sólo pude ver con claridad hasta hace poco tiempo, gracias a una crisis familiar de grandes proporciones que sacó a la luz el verdadero rostro de todos ellos. Desde los más cercanos hasta los que ves ocasionalmente, mi familia se compone de gente que pretende apoyarte cuando ello sirve a sus intereses y sólo en la medida en que pueden aprovecharte para su logro personal.
Terapeutas diversos me ayudaron a entender cómo las parejas que tuve en mi vida tenían precisamente el mismo perfil de mi familia y las mismas características de mis padres, y que las razones por las que escogí esas relaciones era para perpetuar dinámicas que eran familiares y por lo tanto normales. El relato de esas relaciones podría sonar parecido a las lamentaciones de Virgilio y Dante cruzando las terrazas del purgatorio en la Divina Comedia (si yo tuviera talento de escritor)
Pero un día cualquiera en la casa del barrio Galerías en donde vivía sólo desde hacía un año (después de mi último renacer, tras un intento de acuchillamiento como regalo de despedida de mi última pareja “dizquerromántica”, cuando le dije que no seguiría en esa relación en donde me sentía maltratado y menospreciado), un domingo lluvioso hacia las cinco de la tarde, sonó el timbre de la entrada y descubrí a la mujer de mis sueños envuelta en un vestido gris con botas cortas y una boina tejida del mismo color.
Era necesario morir y renacer para finalmente poder romper los ciclos de repetición de patrones familiares en los que crecí y viví durante mi vida pasada, y para poder conocer al ser luminoso de boina gris que ha sido el sol de mi vida desde ese día hasta hoy. Es más que claro que todo lo que soy desde ese domingo hasta ahora se lo debo a esa gran mujer a quien acompaño en la vida llamada Jazmín, y es gracias a ella que he podido llegar a tener claridad sobre todo aquello que de una u otra forma he buscado toda mi vida.
Es junto a ella, y trabajando hombro a hombro todos los días, que pudimos ser capaces de crear todo lo que podemos presentarles hoy como las obras de Jazmín Miranda y Araújo Santoyo, como son la Fundación A2S (porque fue creada por los 2 y reúne la visión de los 2), los proyectos sociales y culturales que nacieron en el seno de la Fundación como Up & Down, Ángeles de Paz, Museo Viviente y demás, Y es gracias a ella también que hoy hemos podido lanzar Lega2, que hemos hecho juntos monumentos y esculturas de espacio público, exposiciones, conferencias, seminarios, eventos, murales y todo lo demás.
La gente asocia mi rostro y mi nombre a las obras y las cosas que hacemos, probablemente porque el que usa el pincel, el que amasa el barro o el que tiene mayor facilidad para hablar ante el público soy yo (el que es carne de cañón); pero la que está coordinándolo todo, quien está detrás de la cámara, quien estructura, dirige, administra y crea todo el tiempo al mismo nivel mío es ella. Cuando esculpo ella está a mi lado y me ayuda con la arcilla, me consigue las herramientas y trabaja a mi lado a la par.
Cuando pinto, ella se encarga de las modelos, toma las fotos conmigo (yo cuadro las luces), cuando regaño a un estudiante ella lo anima y lo contiene, cuando es al contrario turnamos los roles, incluso cuando ella piensa yo verbalizo y viceversa. Es la persona que hace que todo sea posible y es, obviamente, la razón de este artículo: Ella es la gran mujer detrás del nombre o la marca comercial “Araújo Santoyo”
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